Cuando la persona que amas y deseas te corresponde, cuando ambas almas se aproximan y contactan, una alegría exultante y un gozo indescriptible te invade. Es algo mágico donde las palabras no tienen cabida sino para expresar el afecto y el anhelo de unidad con el otro desde el acogimiento mutuo y la entrega.
La sintonía entre los dos tiene lugar. Los cuerpos se comunican a través del sonido de la voz, de la contemplación, del tacto suave y profundo, lento o rápido, del calor y del sabor de las pieles que se encuentran. La complementariedad con esa persona nos parece perfecta, con ella armonizamos fácilmente en silencio, con sólo mirarnos, con sólo estrechar nuestras manos. Y de pronto descubrimos el concepto de belleza, de pasión. Y percibimos las cosas de modo diferente, con más amplitud.
Hacer el amor va más allá de la relación genital y coital con sus correspondientes preliminares. Sin embargo, muchas veces no tiene nada que ver con una experiencia ni afectiva, ni sexual, ni tan siquiera satisfactoria. El placer se inicia en el instante en el que captamos que existe aceptación. Lo apreciamos físicamente con nuestros sentidos, con la intuición, a través de esa efusión que se despierta entre los amantes y que construye fragmentos de una bella sinfonía.
El acercamiento puede constituirse con un solo beso cargado de significado. Con una mirada, un abrazo, unas palabras, unas caricias. En realidad, con cualquier manifestación física podemos estar haciendo el amor.
El vínculo continuado incrementa el deseo. Y, con mayor confianza, nos abrimos y nos rendimos a lo sublime. Los cuerpos compenetrados constituyen una imagen de unificación aumentando la sensación de formar parte el uno del otro.
A través de la vivencia erótica descubrimos mucho de nuestra propia intimidad. Aunque pensar que ese encuentro debe acabar con la unión de los sexos o con la llegada de un orgasmo, es limitante. Porque en el arte de amar, de fundirse y de conectar con la otra persona, no debería haber un inicio y un fin, aunque sí una separación y una fusión. Existe un compartir posterior de voz suave, de júbilo y de agradecimiento, de constatar la veracidad de cuánto ha existido, a través del contacto de los órganos relajados. Y es la magia que envuelve todo ese momento sin final la que va a permitir que el nexo entre nosotros se intensifique.
La espera, el tiempo de alejamiento temporal, suele ser muy corta al principio. Como compañeros nos buscamos frecuentemente de forma compulsiva, aunque a esa impulsividad le podemos poner consciencia e incluso lentitud. El apetito lascivo es potente y la cita habitual pasa a ser muy genital en apariencia, porque los cuerpos encajan rápidamente. Previamente se va cultivando el deseo a través de unos ojos que observan, de la respiración, del acercamiento corporal con alguna excusa, de las fantasías y, en suma, a través de todo el abordaje romántico del ritual que va creando una tensión que se concreta en una relación directa y muy explícita fruto de la voluntad de ambos.
Un encuentro íntimo y amoroso no necesita una sucesión tipificada de aproximación: miradas, besos, roces y estimulación. Y tampoco se trata de ir directamente a la masturbación. Puede haber una caricia o muchas. Puede existir penetración o no. Puede darse de entrada o después de minutos, horas o días de cortejo.
Lo que determina la calidad de nuestra vida sexual no es el número de veces ni el número de posiciones que practiquemos. Lo verdaderamente valioso es que en los instantes compartidos suceda lo que quieran los amantes y que haya entendimiento y apertura entre ambos. Tener un contacto placentero sin prisas, sin propósitos. Y que cada uno esté muy enraizado y centrado en sí mismo para no perdernos en la otra persona. Pero sí gozándonos en el otro y con el otro.
Amerai Carrera

Terapeuta, facilitadora y formadora con experiencia establecida en Tantra, Neotantra y Sexualidad Consciente. Te acompaño a que conectes con tu auténtica esencia y te guío en un viaje mágico y sanador a lo más profundo del ser.
Te ofrezco mi guía por un camino ya vivido, por una senda que conozco y en la que te doy la mano.