Cuando nos abrimos a la experiencia de la vida tal cual es solemos descubrir que no cuadra con lo que esperamos de ella. Tal vez seamos nosotros los que no cuadremos con esa imagen, tal vez las personas a las que amamos no satisfagan nuestros ideales o nos desalentemos o incluso nos asustemos ante el estado del mundo. En cualquier caso, el hecho es que la “realidad” rompe de continuo nuestro corazón porque no se acomoda a como nos gustaría que fuera.
Continuamente estamos juzgando, rechazando y eludiendo aquellos aspectos de nuestra experiencia que más nos incomodan, aquellos por los cuales sufrimos y que nos provocan ansiedad. Embarcándonos en una lucha interna que nos escinde interiormente y nos aleja de la totalidad. Esto es algo que aprendimos a una temprana edad, de niños, cuando nuestro sistema nervioso se veía desbordado por sentimientos que no podíamos gestionar. Aprendimos a quedarnos en shock, a cerrarnos y a contraer nuestro cuerpo y nuestra mente fundiendo, por así decirlo, los fusibles para que nuestros circuitos internos no sufrieran un mayor daño cada vez que nos veíamos desbordados por experiencias demasiado intensas y tal vez, además los adultos de nuestro entorno no supieron ayudarnos. Así es como aprendimos a protegernos y a separarnos, simultáneamente, de nuestro enojo, de nuestra necesidad de afecto, de nuestra ternura, de nuestro miedo a la soledad o al rechazo, de nuestros deseos y de nuestra sexualidad. Y así fue también como aprendimos a emitir todo tipo de juicios negativos sobre las facetas que más sufrimiento nos causaban, ensalzando la culpabilidad y, al mismo tiempo, empezamos a retirar nuestra conciencia de ellos.
Por ejemplo, cuando, nuestra necesidad de amor se veía frustrada era demasiado doloroso experimentar esa necesidad. Así fue como aprendimos a cerrar nuestra consciencia para alejarnos de esa necesidad y del sufrimiento asociado que le acompañaba. Es por ello, que seguimos contrayéndonos cada vez que nos sentimos desbordados por la necesidad de amor y somos incapaces de funcionar en aquellas regiones de nuestra vida que evocan sentimientos que nunca hemos aprendido a aceptar. Podríamos decir que este es el sufrimiento primordial, y al tratar de evitar sentir y e intentar huir, origina un nivel secundario de sufrimiento que restringe nuestra conciencia y nos sume en la contracción.
Llega un momento que todas estas contracciones se articulan en un estilo global de evitación y rechazo que nos lleva a desarrollar una identidad o una visión de nosotros mismos basada en el rechazo de los aspectos dolorosos de nuestra experiencia. Se trata de una identidad basada en la identificación con los aspectos de nuestra experiencia que más nos gustan y en el rechazo de aquellos otros que nos desagradan. Al tratarse de una identidad ajena a lo que realmente somos, el costo del esfuerzo para protegerla que se requiere para evitar los ataques de una realidad que amenazada con socavarla es inmensamente desproporcionado. Llevándonos a una necesidad incesante de “controlar” la experiencia para alejarnos de todo aquello que ponga en peligro nuestra identidad. Esto genera un tercer nivel de sufrimiento, un estado continuo de tensión y ansiedad.
Aquí es cuando desarrollamos un complejo conjunto de racionalizaciones – narraciones (interpretaciones mentales de nuestra experiencia, un modo de organizar nuestras creencias en una visión global de la realidad) sobre lo que somos y sobre lo que es la realidad- que nos sirve para justificar la evitación y el rechazo.
Por eso muchas veces, las historias acaban convirtiéndose en una suerte de profecías auto cumplidas. Una historia crea una realidad que, a su vez, refuerza la historia, ocasionando así un círculo vicioso que nos encierra cada vez más en un falso yo y en una visión distorsionada de la realidad.
La curación para estos dramas de nuestro pequeño día a día es, permanecer presentes con nuestra experiencia tal cual es. Como dijo Suzuki Roshi: “En la mente del principiante existen muchas posibilidades, en la del experto solo hay unas pocas.” Muchas veces a medida que pasan los años perdemos la capacidad de estar presentes con nuestra experiencia de un modo fresco y abierto. Aunque a veces se nos olvida, la naturaleza de la experiencia humana es ilimitada y abierta, pero para ello hace falta trascender todos los prejuicios y creencias, y así podremos permitirnos ver las cosas de un modo nuevo, descubrir nuevas posibilidades y vivir esta vida dándole continuidad a todo lo que nos sucede, desde la relajación y el gozo de la propia existencia.
Amerai Carrera

Terapeuta, facilitadora y formadora con experiencia establecida en Tantra, Neotantra y Sexualidad Consciente. Te acompaño a que conectes con tu auténtica esencia y te guío en un viaje mágico y sanador a lo más profundo del ser.
Te ofrezco mi guía por un camino ya vivido, por una senda que conozco y en la que te doy la mano.