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ENTENDIENDO EL EMPODERAMIENTO FEMENINO

Muchas mujeres hemos manifestado, en algún momento de nuestro recorrido, que no nos interesa el poder, que queremos tranquilidad. Y creo que esto es así porque lo hemos sufrido y asimilado como un abuso.

En realidad, es obvio que queremos poder. Para permitirnos ser nosotras mismas y para decidir. Sabiendo que, además, el poder está ligado a la pasión, a la vida, al deseo, a la sensualidad.

He entendido que muchas mujeres han pasado mucho tiempo sin darse cuenta de que la palabra poder, en el fondo, ha sido para ellas una violencia que han asumido y padecido de un individuo, mayoritariamente masculino y con sentimiento de impotencia: un padre, un marido, un jefe o un agresor en general. Son mujeres que se han visto obligadas a empoderarse de su parte femenina a fuerza de desarrollar su parte masculina.

Y estas féminas se repiten sin cesar: yo puedo, aunque sea una mujer. Y soy capaz de muchas cosas de las que quizás un hombre no lo es.  Me sirvo de mi energía yang. Y mi yin no está desposeído de poder, pero ha tenido que callar y ser comprensivo.

Y, a pesar de que las nuevas generaciones ya se han desprendido de algunas creencias, lo cierto es que hay algunos mensajes que siguen instaurados de una manera muy profunda en nuestro inconsciente colectivo. E incluso la mujer más salvaje y libre, en algunos momentos, puede sentir esta dualidad que puede confundirla sin saber si lo que tiene integrado es fruto de sus propios pensamientos o de los de sus ancestros femeninos.

Deberíamos aprender a limpiar y a transformar esa agresión aceptada como un acto de poder porque nada tiene que ver con él. Seamos capaces de perdonar, de dejar ir y reflexionemos de nuevo. ¿Quién soy? ¿Qué es el poder para mí?

Podemos escribir nuestra biografía a partir de hoy. Podemos desear y proyectar nuestro futuro. Y aunque nuestras posibilidades son infinitas, las mujeres nos hemos hecho a la idea de que, a nivel de patriarcado, nuestras oportunidades son limitadas. El poder que tiene la mujer es el que el hombre le ha definido y establecido. Tenemos facultad de engendrar, de parir, de ser madres, de amamantar, de nutrir. Pero hay una larga lista de poderes que no nos han sido otorgados.

La cuestión es que, si una mujer se siente empoderada e hija de la madre tierra, debería tener la libertad de ejercer un acto de valentía explotando sus interminables medios. Y nadie debería decidir hasta dónde. Porque nosotras podemos infinitamente.

Y la libertad no es otra cosa que poder ser honesto con uno mismo y vivir en concordancia a las propias necesidades. Y como individuos evolucionados, tenemos la capacidad de poner nuestra energía y atención en nuestra parte más racional y consciente, y no tanto en la parte más primitiva y animal.

La libertad es también tener el coraje de comprender que somos seres que hemos venido a este mundo a hacer un viaje mucho más intenso, auténtico, confuso y creativo de lo que está establecido.

Vivimos como prisioneros. Y nuestra alma, que es muy ruidosa, nos va susurrando que el tiempo corre, que la vida avanza y que se nos escapa. Sin embargo, pasar por este proceso de reflexión es necesario, forma parte del poder. Nos ayuda a entender cuáles son nuestros propios privilegios y nos permite sentir que existimos enraizados en el presente.

Y, en definitiva, lo que en realidad nos empodera es hallar el camino hacia la paz, la serenidad, el gozo y la dicha en nuestro interior. Porque el poder no está en el exterior, no es material.  Es intangible y efímero. Es un gran tesoro que habita dentro de todos nosotros, hombres y mujeres. Y constituye y sostiene nuestros pilares.

Amerai

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