DESPIERTA MI PASIÓN, EL TACTO SIN INTENCIÓN

Respiro. Me tomo mi tiempo para dejarme sentir cuando estoy en la intimidad con otra persona. Da igual que ya la conozca. Incluso que ya hayamos estado anteriormente juntos en confianza y proximidad. Para mí, cada momento es diferente. Y cada uno de nosotros, en diversas situaciones de la vida, está en una vibración y en una sintonía completamente distintas. Así que me permito el privilegio de darme el espacio necesario para acercarme al otro y para dejar que éste se acerque a mí con sutileza. Y en esa sutileza, descubro cómo el tacto sin intención me llena, me despierta, me seduce infinitamente mucho más que el deseo que el otro pueda mostrar hacia mí y hacia mi cuerpo.

A veces, en momentos íntimos, cuando siento que el otro pierde su centro en busca de una satisfacción a corto plazo puramente física, me cierro, me tenso. En ocasiones, puedo incluso ponerme a la defensiva como una presa a punto de ser cazada, especialmente cuando me siento invadida por la urgencia del otro.

Con los años he aprendido que en el arte de amar y de congeniar, cuanto más percibo es cuando más relajada estoy. Cuanto más confío es cuando más me entrego. Anhelo poder ser y estar con el otro sin expectativas, sin prisas, sin condiciones ni presiones. Así pues, me consiento pedir lentitud, suavidad y mucha presencia para ser más consciente de lo que vivo y comparto con cada ser humano. Para que este acto y este ritual sagrado, lo que llamamos el maithuna, donde podemos fusionarnos el uno con el otro, sea realmente algo sublime, algo que me coloca en la totalidad de mi existencia sin buscar nada concreto ni ningún resultado. Sin echar nada de menos ni tener ninguna ilusión de lo que debería sentir, lo que debería pasar o lo que debería hacer.

Porque en este tipo de sexualidad no hay complacencia, no mendigamos amor, no hay miedo al rechazo. Simplemente nos damos la oportunidad de ser con lo que haya en cada momento, respetando al prójimo y a la vez siendo testigos de nuestra propia experiencia. Y desde este lugar pueden aflorar, desde mi esencia y desde mi sensualidad, gestos un tanto animales. Pudiendo pasar de mi parte más tierna y servicial, a la más apasionada, salvaje y fugaz. Escuchando y honrando mis tempos y dejando que todas esas partes de mí puedan interactuar con el otro.

No es tan fácil aprender y enseñar qué es y como se siente el tacto neutro, el tacto sin intención, sin importar qué parte del cuerpo es acariciada, simplemente con el propósito de amor, presencia, respeto y devoción. Desde ahí es desde donde yo puedo conectarme más con mi núcleo y acercarme al otro sin reservas. Respetando mis límites y respetando también el espacio del otro. Convirtiendo la comunicación entre ambos en una danza, en un juego divino. Entendiendo totalmente el concepto de fusión entre Shakti y Shiva.

La consciencia expande la energía. Y la energía lleva a la consciencia. Y así, cuando mi energía sexual se expresa y se libera, soy más consciente del momento presente. Y es entonces cuando surge un movimiento no premeditado, espontaneo y sensual que me abraza a mí y al otro. Y noto que quien me acompaña, en muchas ocasiones, se deja guiar por mí, por la Shakti, y se endulza y se rinde. Y conecta aún más con esta danza, con el vaivén de nuestras respiraciones, con un movimiento lento y redondo que todo lo abarca, que todo lo envuelve.

Y siento que lo que acontece después es un orgasmo que va mucho más allá de las sensaciones físicas. Es una vibración profunda que recorre todo mi cuerpo extendiendo todo lo que rodea hacia fuera. Es algo que ocurre simultáneamente en mi mente, en mi espíritu y en mi cuerpo. Y me fascina esta luminosidad de placer intenso, lo que puedo sentir cuando suelto el control y me rindo al instinto de mi propia naturaleza, de mi propio movimiento interior. Simplemente éxtasis.

Amerai

Te puede gustar leer:

Cursos de tantra que te pueden interesar:

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.