EL PENSAMIENTO MÁGICO Y LAS EXPECTATIVAS

HAZ DE TI TU MEJOR VERSIÓN A TRAVÉS DEL TANTRA Y EL CRECIMIENTO PERSONAL

En la mente de nuestro niño interior idealizamos a nuestros progenitores. Ellos nos dan una razón para vivir. Y nosotros imaginamos las cosas como nos gustaría que fuesen. Es un mecanismo de supervivencia, no tenemos elección.
Cuando somos pequeños necesitamos creer que los adultos nos muestran y revelan la verdad.

Es nuestra naturaleza inocente y nuestra voluntad de aprender, lo que hace que estemos abiertos y receptivos. Miramos a los que nos enseñan sin ninguna discriminación. Construimos nuestro propio mundo en el que tratamos, con nuestras habilidades, de discernir lo que es veraz para nosotros de lo que no lo es.

Y lo cierto es que no queremos aceptar que debemos encargarnos de nosotros mismos, solos, en nuestra vida interior.
Muchas veces somos incapaces de ver y evaluar nuestra realidad de forma clara y objetiva. Nos da miedo y nos resulta demasiado doloroso, porque aún pensamos a través de la mirada de esa criatura que todos llevamos dentro, que espera con afán, recibiendo, una y otra vez, desaprobación.

En nuestra mente emocional, buscamos continuamente a un padre o a una madre para que nos mire, nos cuide y nos reafirme. Requerimos atención y sentirnos especiales a través de sus ojos. Y cuando esta figura cae del pedestal, nos sentimos engañados, abandonados y traicionados. La decepción nos hace sufrir, porque el otro individuo no satisface nuestras ilusiones.

Y nos sumergimos en una falta de enraizamiento perdiendo nuestro centro. Entonces buscamos a otra persona para engrandecerla y llenar nuestro vacío interior.

Necesitamos experimentar la seguridad y el amor.

Nuestro infante más vulnerable quiere creer que el mundo es totalmente amoroso, justo y entendible, y que percibe todas nuestras necesidades y sentimientos.

De esta manera, realizamos una proyección en cada uno de los seres que conocemos.

Cuando nos enamoramos, prácticamente siempre, ambos nos dejamos llevar por lo que llamamos pensamiento mágico. Ninguno de los dos ve al otro tal y como es. Vemos lo que queremos ver. Nuestro niño más íntimo está hambriento de tener sus necesidades cubiertas. Y nuestra hambre las ciega.
La mayoría de las veces, cuando una relación entra en conflicto es porque una de las partes o ambas está desencantada o frustrada. La conexión empieza en una burbuja y en esos pensamientos mágicos, confiando que el otro sea el compañero de nuestros sueños. Y cuando no hace o dice lo que deseamos, sentimos que nos ha fallado.
Vivimos la misma dinámica con la imagen de autoridad. Al principio, ellos son maravillosos y perfectos. Pero después, hacen algo que rompe y desmonta nuestra verdad, y los degradamos. Nuestro pensamiento mágico no nos permite verlos nunca tal y como son. O los ensalzamos o los echamos de nuestra vida.

Ningún extremo nos favorece porque acabamos hundiéndonos en el resentimiento.

La gran aflicción que tiene cualquier ser humano es el miedo a estar solo. Y esta soledad, cuando no nos la permitimos, crea en nosotros una gran cantidad de expectativas y carencias. Y cada expectativa es, en realidad, una oportunidad para hacer un trabajo personal y ver qué menesteres no tenemos satisfechos.
Ahí es cuando vamos a empezar a estar presentes y podremos ver al prójimo tal y como es, con suficiente claridad.
Podemos empezar a poner luz y conocimiento a este patrón de comportamiento percibiendo cómo las esperanzas aparecen en nuestra vida diaria. Cada vez que notemos que se manifiesta una de ellas, podemos preguntarnos a nosotros mismos:

¿cuál es la herida que estamos queriendo calmar?

Desviando nuestra atención en el otro y poniéndola en nosotros mismos, estaremos en el camino hacia nuestro interior, hacia casa.

Porque, en realidad, atraemos situaciones para explorar los disgustos que más nos han hecho padecer, que acostumbran a ser el de abandono o el de invasión.

Suelen venir detonados por nuestras parejas, nuestros hijos, nuestros compañeros de trabajo y nuestros amigos. Nos sentimos decepcionados o
reprimidos. Detrás de estos sentimientos se encuentra la expectativa. Y detrás de ella, el trauma.
Es inútil intentar cambiar cualquier modelo de conducta que venga de nuestra infancia, especialmente de nuestro pequeño herido. Tratar de hacerlo no solo puede llegar a ser un fracaso, sino que además no nos ayuda a expandir nuestra consciencia, que es la que nos permitirá observar nuestras reacciones y deseos, y notar cómo se disparan expresiones automáticas de nuestro pasado.

Nuestro niño interior tiene anhelos y siempre será así. En el momento en que profundicemos en lo que hay en la retaguardia de cada uno de ellos explorando las heridas que esconden, éstas empezarán a sanar por sí solas.
Transcenderemos nuestras expectativas cuando, de forma madura, veamos a las personas y las cosas tal cual son, no como nos gustaría que fueran.

Amerai

Te puede gustar leer:

Cursos de tantra que te pueden interesar:

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.