ENCONTRÁNDOME CON MI SER

He viajado durante diez días. Me he nutrido del mar, del sol y de la naturaleza. He relajado el cuerpo. Mi mente ha descansado. Me he desprendido de todo el estrés que cargaba de occidente.

Y ahora me encuentro en un punto donde me planteo qué sentido tiene la vida si es que lo tiene. Disfruto del momento presente, de no ser nadie. Y no importa mi pasado. Tampoco mi futuro.

Ni siquiera sé qué voy a hacer cuando vuelva a España.

Me doy cuenta de que ahora estoy más en mí, soltando ese yo, ese personaje, ese trabajo que desarrollo y al que pertenezco, esa familia de la cual parto, ese nombre que me pusieron. Y me olvido de todos esos atributos y complementos que podrían describir mi manera de ser, estar y evolucionar.

Hay un lugar muy profundo dentro de mí, donde noto que hay un vacío. No es una necesidad de llenar. Es una sensación de paz, de no hacer, de no tratar de ser ni mi cuerpo ni mis pensamientos. Es un sitio donde puedo soltar cada creencia, cada persona.

Es un espacio oculto donde todo es posible, donde no necesito nada.

Escucho mi propia respiración. Podría morir ahora mismo y estaría bien tal y como está todo. No hay ni un mínimo de sentimiento de tristeza, ni de
arrepentimiento, ni de miedo, ni de culpa, ni de anhelo.

Yo ya estoy aquí, a lo que llaman el paraíso. Me fui de mi país saturada de cansancio. Y ahora me doy cuenta de que puedo permanecer en cualquier paraje, encontrar este punto en mi interior de éxtasis, de sosiego, de quietud y de calma.

Siento que existo y me percibo sostenida por el universo, pudiéndome poner en manos de lo que el destino me depara sin que me interese ni la forma ni el resultado. Soy y me abro. Es una meditación con los ojos abiertos. Es una vibración y yo soy parte de ella. Surge de lo más hondo de mí. Inhalo y exhalo.

Y en este momento orgásmico, de plenitud y de vacío, de desaparecer en lo desconocido, entro en la eternidad y percibo que todo es perfecto tal y como es.

El viaje es el objetivo. La transformación de un estado a otro ocurre cuando conseguimos disolver todo lo que nos impide reconocer la verdad que siempre ha estado dentro de nosotros. La divinidad es nuestra esencia. No es tanto un descubrimiento como un recuerdo.

Y puedo seguir desplazándome, trabajando, estudiando o pensando. Puedo continuar acumulando experiencias, vivencias, quehaceres. Puedo llenar listas, marcar lo logrado y pensar qué otras metas quiero alcanzar.

O puedo quedarme quieta y observar cómo las horas pasan, estando, siendo y viendo. Percatándome que no controlo nada ni debo hacerlo.

Apreciando que ya todo está escrito y que sólo hay que dejarse llevar.

Simplemente abandonándome y confiando en la existencia. Fundiéndome en esta pulsión interna donde vida, muerte y renacimiento, son lo mismo.

Amerai

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